Tú y tu dichoso 'gen suicida'


Nunca más volverías a ver Aberdeen, nunca treparías a lo alto del depósito de agua en la colina del «Piensa en Mí», nunca comprarías la granja con la que habías soñado en Grays Harbor, nunca más amanecerías en la sala de espera de un hospital fingiendo ser un afligido visitante para dormir al abrigo del frío, nunca más verías a tu madre, a tu hermana, a tu padre, a tu mujer ni a tu hija.
Como un gran director de cine, habías planeado aquel momento hasta el mínimo detalle, ensayando la escena tanto en el papel de director como de actor. A lo largo de los años habías hecho varios ensayos generales, aproximaciones muy cercanas a la idea prevista, ya fuera por accidente o de forma intencionada. Siempre habías albergado esa idea en lo más profundo de tu mente, como un preciado bálsamo, como la única cura a un dolor que nunca desaparecería.
Escogiste el mejor lugar. El suelo era de linóleo, fácil de limpiar, no costaría quitar las manchas de sangre. Colocaste a tu lado dos toallas también. Ay, empatía, qué agradable don. Tras haberla preparado, te inyectaste la heroína por encima del codo, cerca del tatuaje de «K». Guardaste el material en la caja y te sentiste flotar mientras te alejabas rápidamente de aquel lugar. El jainismo predicaba que había treinta cielos y siete infiernos, todos ellos dispuestos en distintas capas a lo largo de nuestra vida; si tenías suerte, aquel sería tu séptimo y último infierno. Apartaste la caja, flotando cada vez más rápido y sintiendo al mismo tiempo que la respiración se te ralentizaba. Tenías que darte prisa: se estaba volviendo todo borroso y un tono verde agua envolvía todos los objetos. Cogiste la pesada escopeta y te la apoyaste en el paladar. Haría ruido; de eso estabas seguro. Y, acto seguido, desapareciste.

A cámara lenta.

Parece una película. Parece que cada movimiento, cada segundo, está ya planificado por un trabajado guión. El ambiente, la música, la gente, el olor...Todo en equilibrio, todo calculado al milímetro. Hay gente, mucha gente. Y, como por arte de magia, dos miradas se cruzan. Ese tipo de miradas que se recuerdan a pesar de que pasen días, semanas, meses...Ese tipo de miradas que se quedan grabadas. Ese tipo de miradas de las que podrías decir mil cosas, de mil maneras diferentes y con mil matices distintos.
Y parece que la multitud desaparece, y sólo hay dos personas. Mirándose. La música se atenúa. El ambiente se descarga. La gente calla y se para. Y siguen mirándose. Ella retira la mirada y todo vuelve a su sitio. Bullicio, humo, empujones.
Ella se acerca a su amiga. Él se acerca a su amigo. Y, como por arte de magia, como si de una película se tratara, ambos realizan la misma pregunta: ¿Crees en el amor a primera vista?