Arena en los bolsillos

Es verano. El calor y la humedad lo inundan todo. El Sol inicia su cuenta atrás. La Luna le va exigiendo algo de protagonismo. Una chica de unos veinticinco años camina de vuelta a casa después de haber pasado la tarde en la playa. Ha preferido ir sola y dejar dormir a su chico. Le ha resultado imposible despertarle al verle tumbado, con la felicidad reflejada en la cara…Sonríe al recordarle. Necesita dormir. Oye unas risas, el ruido de un pequeño motor. Gira en la esquina y descubre a las autoras. Dos chicas muy jóvenes conducen divertidas un vehículo parecido a una moto, pero para personas mayores. Ríen sin parar. Aceleran, se paran de golpe y vuelven a acelerar. Una arriesgada, la otra demasiado prudente. Una muy alta y la otra bastante bajita. Sin duda alguna, es más lo que las une que lo que las separa. Al verla se ríen aún más e, inevitablemente, una sonrisa se dibuja en su cara. Recuerda sus veranos allí. Las mañanas, tardes y noches en la playa. Recuerda a sus amigas, lo mucho que las quería. Las bromas, los llantos. Las inmensas ganas de vivir, de viajar, de aprender, de amar. Los paseos en bici y a pie, las noches en el cine de verano, los granizados en la heladería del centro. El aburrimiento que a veces tenían, las cenas improvisadas. Las anécdotas con chicos y chicas de otros grupos. Los motes de gente desconocida a la que veían todas las noches… Las canciones. La arena en los bolsillos. Las chicas paran en la entrada a un jardín. Una se baja, aún colorada de tanto reír, y le da dos besos a su amiga. Amargas despedidas. Sí, de eso también había tenido ella. De repente, un impulso la hace coger su móvil. Busca un nombre y llama. Sonríe, reconoce la voz de su amiga y, por un momento, parece que es ella la que tiene diecisiete años y a la que están esperando para cenar en casa.